De vampiros, planetas y gorilas

Por Verónica Murguía. Originalmente publicada en Letras Libres.

Foto 21De vampiros. “Hablemos de cosas siniestras: de una vieja casona de quince habitaciones, de un antiguo cementerio y de una adolescente de metro y medio.” Así comienza La traición de Lina Posada, la esperada segunda entrega de la trilogía Mundo Umbrío, de Jaime Alfonso Sandoval, un autor que decidió darle la espalda a las insulsas trilogías vampíricas que infestan el panorama editorial de los libros para jóvenes y crear un mundo hilarante, barroco y oscuro, nutrido en La danza de los vampiros, de Roman Polanski, los grabados de José Guadalupe Posada, las películas de Tim Burton y la mitología occidental.

En esta segunda parte, Sandoval, quizá más seguro y libre ya de la necesidad de presentar poco a poco y de forma coherente el universo que ha inventado, es aun más estrafalario y divertido, sin menoscabo de la creciente profundidad psicológica de su heroína. Los peligros que acechan a Lina son más complejos, pero no todos vienen de afuera; algunos surgen de sus propias y contradictorias emociones.

El amor que siente por el paria Gismundus el Triste se vuelve más serio; la melancolía debida a la orfandad repentina se hace más dolorosa porque el cuerpo de su madre, convertido en un redi o zombi, es torturado constantemente por los villanos. A la mitad de la novela Lina se ve en la necesidad de consultar a un oráculo. Este, conformado por dos esqueletos –Águeda y Vígula– es tan ambiguo y veraz como lo indica la tradición. Que quien conduzca a Lina por el limbo donde están Águeda y Vígula sea el espíritu de su madre muerta, le concede a estas escenas una densidad emocional que nos conmueve a pesar de la escenografía carnavalesca que rodea el encuentro.

Mientras que la mayoría de las heroínas que pueblan los romances paranormales son preciosas y bobas, Lina es inteligente, sensata, culta y poco agraciada. “Como una gárgola”, se nos dice, por lo que en el ámbito vampírico, un universo al revés, es considerada el súmmum de la hermosura.

Erudito, ligero y escatológico –tres de sus personajes son apodados Guano, Gusanos y Gargajo–, Sandoval sigue el ejemplo de J. K. Rowling y jamás explica al lector de dónde vienen los nombres y las imágenes de las que echa mano con una soltura deliciosa.

Lo que para el lector joven es un nombre divertido o sugerente, para el adulto es un guiño cómplice. Por ejemplo, el castillo subterráneo donde vive la familia de su protagonista se llama Cimeria, como el mundo neblinoso y lóbrego creado por Homero; los domovoi, guardianes de los castillos y palacios, espíritus que merodean por las tuberías y el drenaje, son, según el indispensable volumen Mitología General, coordinado por Félix Guirand, un ente doméstico de la mitología eslava; la tienda de sombreros frecuentada por la tía Titania se llama La cabeza de Bran. El lector recordará que Bran es el mítico Rey Cuervo de la tradición celta, cuya cabeza está enterrada bajo la Torre de Londres desde donde vigila a los enemigos de Inglaterra.

La vejez inconcebible de los vampiros le sirve a Sandoval para amueblar el Mundo Umbrío con las más extravagantes invenciones, como el hospital del nido de Ubus. La historia del nosocomio es descrita por Sandoval como sigue: “Lo fundó el célebre Asenet el Huesero, un vampiro que aprendió medicina en el antiguo Egipto. Pocos saben que fue médico personal de varios faraones de la dinastía ptolemaica, como Ptolomeo I Sóter, Ptolomeo IV Filopator y Ptolomeo VI Filometor.”

Después se nos informa que si el vampiro no tiene nada grave, es enviado directamente al fármakon, en donde puede recoger su dotación de cápsulas de sal de natrón o remedios parecidos. Si no es el caso y el paciente está demente por la edad, ya que “luego de vivir tres o cuatro mil años y atravesar cientos de épocas, muchos chupasangre quedan bastante idos de la cabeza”, se le manda al Ala Roja o de Enfermedades de Adentro. Si “tiene el tumor de una pesadilla recurrente” o necesita que le “extirpen un mal de ojo” se le canaliza a Servicios Administrativos, el nombre con el que se conoce al departamento que atiende enfermedades secretas, raras y vergonzosas.

Aquí hay otro tema que Sandoval trata con mucha más sagacidad que la mayoría de los autores de trilogías vampíricas: su versión de la eternidad la supone aburrida y fatigosa. Sus nosferatus viejos se dejan de bañar, se desentienden del mundo, van con los colmillos hechos un asco. Sus reuniones recuerdan los saraos horripilantes deLa danza de los vampiros, de Polanski: pelucas polvorientas, casacas apolilladas, calzas raídas y joyas relucientes sobre cuerpos varias veces centenarios. Son como la sibila de Trimalción: viven para siempre, pero no son jóvenes por toda la eternidad. Y si parecieran jóvenes, tampoco importaría.

Tantas experiencias, nos enseña Sandoval, vuelven “ido de la cabeza” a cualquiera. Y es que en estos libros no solo abundan los chistes cultos, las imágenes circenses y la diversión. Dos tramas de hondo calado los recorren: el perdón y el valor de la efímera vida humana.

Los lectores que han esperado ansiosamente esta segunda entrega no quedarán defraudados aunque debo confesar que, al terminar el libro, sentí que todavía –y son más de seiscientas páginas– quería estar más tiempo con Lina Posada.