Por Susana Ruiz Espinosa
Originalmente publicada en Biblionautas
No sé con exactitud cuándo o por qué empezó mi gusto por la literatura de vampiros. Recuerdo que, cuando tenía 15 años, me leí todo lo que pude encontrar sobre vampiros en la biblioteca de la prepa. Cuando me quedé sin más libros qué leer (lo cual sucedió muy pronto), investigué qué otros títulos me faltaban por leer y me hice de más libros; leí a los clásicos de la literatura vampírica y también otras sagas menos afortunadas, vi muchas películas. Mi obsesión duró varios años, lo que tardé en leerme todo lo que caía en mis manos, hasta que llegué a un punto en que pensé que ya me había leído todo lo que valía la pena.
Lamentablemente para mi fanatismo (y debería decir, para la literatura), épocas más recientes me han permitido encontrarme con ejemplos más bien lastimeros (por decir un adjetivo amable) de esta “nueva ola” de libros sobre vampiros. Entonces perdí la fe, y sin querer me hice a la idea de que ya no habría nada nuevo bajo el sol (o más bien, lejos de él) en lo que respecta a esta intrigante creatura.
No imaginaba yo el revés que me deparaba mi destino lector.
Hace algunos meses, mi amiga Dalina me recomendó que leyera Las dos muertes de Lina Posada, primera parte de una trilogía llamada Mundo Umbrío, del escritor mexicano Jaime Alfonso Sandoval. No me hizo “clic” el título de la novela ni de la saga, es decir, no me imaginaba de qué se iba a tratar esta lectura, hasta que hace unos días por fin me senté a leerla. Cuál sería mi sorpresa al darme cuenta de que sería una novela de vampiros (¡sí, vampiros!), así que muy feliz le hinqué el colmillo.
No voy a mentir, al principio estaba desconcertada. El universo que Jaime Alfonso Sandoval me proponía era poco familiar para mis referencias (“¿eso es bueno?” -me preguntaba- “¿eso es malo?”). Pero conforme avanzaba en la lectura fui entendiendo la magistral manera en que cada centímetro cuadrado de este universo está dibujado. Quedé prendada de ese mundo bajo este mundo en que viven los umbríos: esos seres milenarios, supersticiosos, chupasangre, ligeramente anticuados, que evolucionaron a la par que el ser humano pero de forma independiente. Quedé prendada de su protagonista, Lina Posada, quien tuviera la ¿fortuna? de nacer tibia (es decir, humana), hija de un padre umbrío y una madre humana, y además con una gran misión a cuestas. Todos los personajes son encantadores a su modo (¡hasta tía Sangre!) y funcionan de maravilla en este mundo primorosamente labrado.
Así que en menos de lo que tarda un vampiro en convertir a un humano terminé de leer la primera novela, me chupé los dedos de lo deliciosa que estaba, y corrí (literalmente) un domingo en la tarde a comprar la segunda. Que, por supuesto, no pude soltar hasta que extraje de ella la última gota de sangre.
La traición de Lina Posada es un banquetazo. Si bien me sobraron las páginas en donde amablemente el narrador pone al tanto de todo lo que sucedió en el libro anterior, me encontré con una historia más compleja, unos personajes maduros y bien definidos y un espacio ya familiar en el que pude moverme con libertad. El narrador de esta saga, además de tener un humor maravilloso, te lleva de la mano a cada rincón del Mundo Umbrío, develando a tiempo algunos misterios, sembrando pistas, creando intrigas. Como lectora nunca me sentí decepcionada ni tampoco menospreciada, hay un equilibrio en la historia y en el uso del lenguaje que permite que personas con diferentes experiencias lectoras disfruten las novelas por igual.
Además de mantenerme en la orilla del sillón durante sus más de 900 páginas en total, esta saga me hizo reflexionar sobre el sentido de la vida (¡así de fuerte!). Fuera de broma, me permitió hacer una reflexión sobre el paso del tiempo, el sentido de las metas, los errores, la falibilidad, el destino… los umbríos no conciben que los tibios vivamos vidas tan cortísimas, cuando ellos pueden vivir miles de años e incluso, cuando empiezan a chochear (por ahí de los 4-5 mil años), encuentran maneras de seguir aferrados a su no-vida. Vivir tantos años te permite cometer muchos errores, ser experto en todo, aprender muchos idiomas, encontrar al amor de tu vida (a lo mejor varias veces) y eso hace parecer que vivir 80 años a lo más es una tragedia. Cuando más bien es al contrario, el que sea poco el tiempo hace que realmente valga la pena -o eso digo yo, y quizá Lina esté de acuerdo.
El detalle con el que el autor ha construido esta historia permite sumergirse totalmente en ella, ahogarse en su disfrute sin posibilidad de escape. No recuerdo haberme sentido así con una novela desde la saga de Harry Potter; obviamente no pretendo comparar nada más que la impresión: quiero que todos mis amigos la lean, quiero comprar parafernalia, platicarla hasta el cansancio, verla convertida en película (esa es otra interesante característica: sí creo que sea posible e incluso deseable trasladarla al lenguaje cinematográfico) y hacer fila a la media noche cuando salga la tercera entrega.
Ciertamente esta obra me ha cambiado la vida. La terminé hace días y no puedo dejar de pensar en ella, de seguir masticando sus detalles. Al decir esto no quiero desacreditar a otras grandes obras literarias que he tenido la fortuna de leer, ni tampoco quiero decir que esta sea mejor que todo lo que he leído. Sencillamente, su universo me colmó, y transformó la visión que yo tenía de los vampiros.
Lamentablemente, no sé cuándo Jaime Alfonso Sandoval publicará la última parte de esta historia. Sé que la está escribiendo, y seguiré de cerca su actividad en Facebook para saber cuándo se publicará. Iré mientras tanto a comprar un refresco de sangría y me sentaré lejos de los rayos del sol, pensando que bebo una globusoda mientras espero paciente, con mi apremiante tiempo de tibia, a que salga la tercera entrega.