Entrevista de Cuatro Gatos a Jaime Alfonso Sandoval

Fuente entrevista: https://www.cuatrogatos.org/detail-entrevistas.php?id=1296

Jaime Alfonso Sandoval: “Tengo la sensación de que el mundo de la LIJ es mucho más abierto que el de la literatura adulta”

Entrevista de: ANTONIO ORLANDO RODRÍ­GUEZ. Autor e investigador literario cubano. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Ganador del Premio Alfaguara de Novela 2008 con la obra Chiquita. Su producción para niños y jóvenes incluye tí­tulos como Abuelita Milagro (1978), Mi bicicleta es un hada y otros secretos por el estilo (1992), El Sueño (1994), El rock de la momia y otros versos diversos (2995), La Escuela de los Ángeles (2011). Entre sus libros de investigación están Literatura infantil en América Latina (1993) y Panorama histórico de la literatura infantil de América Latina y el Caribe (1994). Junto a Sergio Andricaí­n creó la Fundación Cuatrogatos en Miami.

Con una larga trayectoria profesional que le ha permitido incursionar en la literatura, el periodismo y la creación de guiones para la televisión, el mexicano Jaime Alfonso Sandoval es, sin duda alguna, una de las figuras más sobresalientes de las letras para niños y jóvenes en su país. Nacido en San Luis Potosí, en el año 1972, estudió primero en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y, posteriormente, en la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores de México (SOGEM).
Varias de sus obras han recibido importantes distinciones, como los premios Gran Angular, El barco de vapor y FeNal-Norma. En esta entrevista, en la que hemos querido repasar su carrera y algunos de sus libros más significativos, hemos hecho énfasis en uno de nuestros favoritos: la novela Los fantasmas de Fernando, publicada por Fondo de Cultura Económica en 2018, con ilustraciones del artista ecuatoriano Roger Ycaza, título que resultó ganador del Premio Fundación Cuatrogatos 2020.
¿Qué añadir antes de reproducir el cuestionario que le hicimos llegar a Sandoval y las respuestas que nos envió de regreso? Que en Cuatrogatos admiramos la solidez y coherencia de su obra; su notable capacidad de fabulación; su singular manera de reflejar, a través de la fantasía y del costumbrismo, la realidad de México y los conflictos de la adolescencia, y su sentido del humor tan rico en matices.
¿Cómo y por qué llegaste a la literatura infantil y juvenil?
Creo que nos encontramos por azar, como los amigos. Estudié la carrera de cine en la UNAM y muy pronto estalló una severa crisis económica en mi país. Parecía imposible realizar películas y ejercer mi profesión, por ese tiempo me topé con una convocatoria para novela juvenil de Ediciones SM México. Tenía guardada la idea de un guion de cine pero era improducible, así que lo adapté a novela (El Club de la Salamandra) y la inscribí al concurso Gran Angular, con la buena suerte de que gané el primer lugar. Fue cuando me di cuenta de que no necesitaba millones de pesos (o dólares) para contar una historia, me bastaba la palabra para crear un mundo y se había abierto la puerta de la LIJ.
¿En qué medida tu narrativa está en deuda con tus estudios de realización cinematográfica y con tu trabajo como guionista?
Me han dicho que mis libros son muy visuales, supongo que es normal por mi formación. Antes de escribir una novela concibo escaletas generales, de capítulo y hasta de escenas. A veces incluso hago los planos de los escenarios, solo me falta hacer el llamado a los actores y el plan de rodaje. Así me ha funcionado y, bueno, sigo trabajando así. Me gusta tener una estructura sólida de la cual partir.
Tu primera novela pudiera ser leída como un homenaje a las grandes historias de aventuras. ¿Existió esa intención al crearla? ¿Cuáles fueron tus referentes para escribir una narración de ese corte?
En efecto, El Club de la Salamandra es un homenaje a las novelas de Julio Verne y Robert Louis Stevenson. Pero no quería hacer solo una obra derivada o un pastiche, necesitaba darle alguna aportación personal y dentro de la clásica novela de aventuras elaboré el concepto de la anticiencia; que en términos generales es dotar de aparentes fundamentos científicos a hechos fantásticos, de tal modo que se difumina la frontera entre la realidad y la fantasía. Por ejemplo, elaborar rigurosas ciencias fantásticas o exponer de la forma más realista posible un concepto imaginario. Esta idea la seguí desarrollando en mi segundo libro: La Ciudad de las Esfinges, y sobre todo en la saga de Mundo Umbrío, donde inventé toda una teoría evolutiva para explicar científicamente la existencia de posibles vampiros.
Una característica que, en la medida que publicas otras obras, se convierte en recurrente en tu narrativa es la integración de costumbres y espacios del México urbano contemporáneo con personajes, situaciones y tramas excéntricos, absurdos o fantásticos. ¿Qué te atrae de esa mezcla de elementos? ¿Qué te permite como autor?
En mi infancia me llamaba la atención que en los libros para niños que leía nunca aparecía mi propio país: México (estoy hablando de finales de los setenta y principio de los años ochenta). Llegué a pensar que estaba prohibido que hubiera niños mexicanos en las historias (sé que es absurdo, pero imaginé que había multas o algo). En ese entonces la mayoría de los libros para niños venían de España, incluyendo traducciones. Me prometí que si algún día escribía, muchos personajes hablarían como yo, vivirían en mis ciudades y comerían lo que había en mi casa.
Y sobre los personajes extravagantes que pueblan mis historias, ¡es que yo los veo muy normalitos! Siempre recuerdo una ocasión en que una editora me compartió el dictamen de uno de mis libros que se editó en España, Unidad Lupita, que allá se llama Vecindario Lupita. Los dictaminadores celebraban que la historia tuviera un colorido toque de realismo mágico latinoamericano. Me quedé pasmado, para mí la obra era totalmente realista, estaba inspirada en los años que viví en una populosa unidad habitacional de Iztapalapa y a todos los personajes yo los conocía en persona: la señora que tenía un salón de belleza en su sala, el anciano que vendía donas por una ventana, las pandillas que tenían secuestrada las canchas de futbol, las peleas campales en las zonas comunes, las quemas de basura, la familia que vivía en un pequeñísimo departamento con ocho perros. Esta mezcla de escenarios y personajes ya existe, solo los retraté y llevé al terreno literario.
En tus obras, ¿el humor es resultado de una voluntad o responde a tu manera de ver e interpretar la realidad? ¿Qué aportan los personajes y las situaciones humorísticas a tus libros?
A los 17 años, cuando entré a mis primeros talleres literarios, no tenía idea de que tenía esta capacidad para manejar el humor. En ese entonces lo que me interesaba era crear historias terriblemente trágicas, que yo consideraba más valiosas y profundas por ser “serias”. Pero ocurrió que, en clase, me tocó leer mi ejercicio, una breve historia de teatro de unos suicidas que se encuentran en un puente y luchan por ocuparlo como base de lanzamiento. Para mí era una escena desgarradora; pero cuando empecé a leer las carcajadas estallaron en el salón, fueron subiendo más y más, de manera incontrolable, y al final recibí aplausos atronadores y el profesor me felicitó por mi “deliciosa farsa”. Me dio pena reconocer que mi obra era una tragedia moderna. Por un tiempo quedé atónito, y luego simplemente dejé fluir esta capacidad de detectar y explorar lo absurdo de la vida cotidiana. Descubrí, además, que el humor establece lazos cómplices con el lector infantil y adolescente. Es una gran herramienta para captar la atención, y un relato, no por tener humor, deja de ser profundo o entrañable.
Mundo umbrío, ciclo narrativo conformado por las novelas Las dos muertes de Lina Posada, La traición de Lina Posada La venganza, surge en un momento en que estaban muy de moda en la LIJ las sagas con personajes sobrenaturales. Sin embargo, los vampiros de tu Mundo Umbrío resultan muy singulares. ¿Cuál fue el origen de este libro? ¿Qué te decidió a acercarte al mito del vampiro “a la mexicana”?
Desde niño he sido fanático de la figura del vampiro. Aunque obviamente mis referencias son distintas a las de un escritor europeo o norteamericano. En mi infancia lo mismo leía Drácula, de Bram Stoker, que consumía historietas de Kalimán y películas del Santo, este luchador panzoncito que era una especie de superhéroe y que en sus películas de serie B lo mismo combatía extraterrestres, que hombres lobo, momias y mujeres vampiro con minifalda. Y además, había dos temas que me preocupaban y nunca encontraba respuestas. El primero era la vida cotidiana de los chupasangre; es decir, ¿se casaban entre ellos? ¿Cómo sería un tortuoso matrimonio de cuatro siglos? ¿Enfermaban? ¿De qué: hongos, termitas? ¿Tenían médicos? ¿Se duchaban alguna vez? ¿Las vampiresas podían embarazarse? ¿Cómo cuidas a un bebé vampiro? ¿Le preparas papilla de cuajada? Y así con un montón de preguntas. Y la otra cuestión era justificar de manera científica la existencia de una raza homo sapiens hematófaga; así que me puse a estudiar las criaturas existentes en la naturaleza y encontré un mundo alucinante con las sanguijuelas y lampreas. Luego, en 1997, al estar escribiendo mi primera novela (El Club de la Salamandra) tuve el concepto general de toda la saga, cuando un personaje menciona la naturaleza de la infratierra, que el planeta está dividido en capas, con distintas civilizaciones en su interior. Así que, años después, cuando Laura Lecuona, entonces editora de Ediciones SM, me comentó que estaban buscando autores nacionales para publicar alguna saga, acepté la invitación y saqué todos mis apuntes. Sabía que la mezcla sería curiosa y que con suerte llamaría la atención entre todo lo que se hacía en ese momento.
¿Cómo asumiste el reto de escribir una trilogía de largo aliento y centenares de páginas? ¿Desde que empezaste tenías planificada la historia, de principio a fin? 
El proceso me llevó cinco años de escritura, de los cuales casi todo el primer año fue construir el universo y su lógica (el llamado world-building). Hice una especie de “enciclopedia umbría”, ficheros con el sistema de magia, tecnología, teoría evolutiva, planos de las ciudades-nido, hasta listados de comida, proverbios, etc. Cuando construyes una historia fantástica, contrario a lo que algunos creen, debes tener muchísimo rigor, porque creas reglas (de magia, históricas, naturales, sobrenaturales) y si las rompes porque se te olvidaron, o para dar un golpe de efecto, la historia comienza a derrumbarse, el lector se siente traicionado. Así que antes de iniciar la historia tracé un universo anticientífico, vampírico, con sus reglamentos, sistemas religiosos, leyes, supersticiones, hasta menús gastronómicos, y sabía, en términos generales, el destino de todos los personajes principales. En la saga todo está pensado, escenas desconcertantes del primer libro, tienen su respuesta mil páginas después, y los elementos se van conectando: las profecías, las venganzas, los amores. Quería demostrar que en México se podía hacer una saga con el mismo nivel de calidad que en cualquier parte del mundo. Afortunadamente no estoy solo yo, hay autoras y autores estupendos en mi país, cada uno con su propuesta.
¿En algún momento del proceso de escritura te sentiste harto de Lina Posada y de sus parientes?
Al contrario, los personajes crecieron y cada uno comenzó a demandar su propia trama. Si tocaba a algún grupo de personajes, como los villanos o el clan de los/las esiartis, que son seres que van mutando de sexualidad con los siglos, se abrían más líneas narrativas. Además, cada nivel o reino del planeta (eran cuatro) desvelaba a otro grupo de personajes. Aunque, para ser sincero, no pensé que la historia creciera tanto. Muy al inicio, le dije a la editora que serían tres libros de unas 200 páginas cada uno, y al final se publicaron casi dos mil páginas. Y hubieran sido más, pero tuve que eliminar cientos de páginas que ya no cabían. Como el proyecto me rebasó en tiempo, debí renunciar a mi trabajo de guionista en una televisora. Era una locura, porque ahí ganaba el dinero para mantenerme y de pronto me puse a trabajar de tiempo completo en un proyecto que ni siquiera sabía si tendría lectores…, pero ya estaba en ello, tenía que llevarlo hasta el final.
¿A qué atribuyes el éxito que alcanzó Mundo Umbrío?
Depende de cómo definamos “éxito”. La trilogía original tuvo distribución más bien local, ediciones limitadas y rápidamente se descatalogó. Entiendo, la editorial que la publicó era eminentemente escolar y la trilogía, por tema, extensión y costo, era imposible colocarla en colegios, su primer mercado. Pero hubo algunos lectores que consiguieron comprar algún volumen en librerías y, con el tiempo, me empezaron a buscar. Y han sido los lectores más apasionados con los que me he topado en mi carrera. Me escribían cartas, algunos organizaron “encuentros umbríos”, hacían dibujos, otros se tatuaron frases y portadas de Mundo Umbrío en los brazos y piernas. Los libros se volvieron “de culto”, tenían muy buenas reseñas por parte de los chicos booktubers o blogueros, pero los volúmenes eran muy difíciles de encontrar. Creo que a esos lectores les gustó la mezcla de humor negro y elementos latinoamericanos, ver conceptos reconocibles como nuestras familias, escenarios propios, ciertos giros de lenguaje y la minuciosidad con la que elaboré las tramas. A finales del 2019 se volvió a reeditar la saga por Montena de Penguin Random House México, pero nos cayó encima la pandemia y de momento no sé bien qué va a pasar.
Pasemos ahora a hablar de Paulo Simancas y de los ninis. En la novela Operativo Nini, publicada en 2011, está presente el humor en clave satírica, pero los personajes y el entorno en que se mueven son bastante cercanos a la realidad. ¿Qué te llevó a abordar la problemática social de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, presente en México, pero de carácter universal? ¿Investigaste sobre los ninis?
En esos años había una polémica terrible, estábamos en uno de los primeros picos de violencia en México, con la guerra contra el narcotráfico (que al día de hoy lleva más de 250 mil muertos). Además se contabilizaban entonces al menos ocho millones de jóvenes que ni estudiaban ni trabajaban (ninis), por varias razones: falta de oportunidades, de matrículas en escuelas, pésimos salarios. Un gobernador, del Estado de Chihuahua, César Duarte (que sería después perseguido por terribles actos de corrupción y robo), propuso que los jóvenes mayores de 18 que no estuvieran ocupados deberían cumplir tres años obligatorios en la guerra contra el narco; es decir, darles armas y enviarlos a enfrentarse a sicarios. La iniciativa no prosperó, pero mostró la manera en que algunas autoridades consideraban a los jóvenes, simple carne de cañón, algo desechable. Me propuse a escribir un libro sobre este tema, pero en entorno urbano, una pequeña historia de chicos y chicas “invisibles”, en tono de aparente humor negro, pero en realidad es la punta de una problemática mucho más compleja.
¿Cómo fue el proceso de creación de un protagonista que, como Simancas, puede resultar a un tiempo entrañable y exasperante?
Durante la adolescencia existe una obsesión por la apariencia. Es normal, por lo general en esa edad tienes muy poco: poca experiencia, muy pocos bienes materiales, restringida libertad. Pero queda un consuelo: si no tienes, puedes aparentar tener. Paulo Simancas representa este concepto llevado a sus últimas consecuencias. Parece que tiene una autoestima formidable, múltiples talentos, planes delirantes, una gran filosofía de vida (sacada de un actor de los años ochenta), pero todo esto es un mecanismo de defensa para ocultar que no tiene un centavo, su padre lo abandonó, vive cerca de los tiraderos de basura, en una unidad habitacional de clase media baja, vaya, ni siquiera le alcanza para comprar zapatos, lo único que tiene es su imparable verborrea. Esto en un principio puede parecer exasperante, pero al conocer todas sus carencias, el lector simpatiza con el personaje (espero).
Además de novelas para jóvenes has escrito historias para lectores infantiles, como por ejemplo La nana electrónica y la serie Agencia de detectives escolares. ¿Qué implica como creador tener a niños como destinatarios potenciales de esas obras? ¿Hay premisas o cambios formales para ti al escribirlas?
Aunque el tono es similar (el uso del humor o el enfrentamiento de personalidades contrarias), cuando escribo para niños procuro que el lenguaje sea más accesible y modifico algunas cosas; por ejemplo, sé que la ironía o el sarcasmo no funcionan para primeros lectores. Y siempre estoy atento a que la problemática planteada en el libro sea algo que reconozca el lector infantil y con lo que pueda identificarse. Esto lo aprendí cuando trabajé algunos años en Once Niños, un canal de televisión del Instituto Politécnico Nacional. Ahí participé escribiendo series de televisión, noticieros para niños, programas de ciencia, de cuidado de mascotas, muchas otras cosas. Patricia Arriaga, la entonces productora y directora del canal, tenía un enorme respeto a la audiencia, a la inteligencia de los niños y nos alertaba siempre de que no usáramos un programa dirigido a niños para exponer una problemática que nos interesaba a nosotros adultos, pero “minimizada” para “enseñarles algo”. Esto llega a suceder mucho en autores que por primera vez escriben para niños.
Vamos a detenernos en Los fantasmas de Fernando, novela que obtuvo el Premio Fundación Cuatrogatos 2020 y que fue incluida también en la selección White Ravens de la Jugendbibliothek y en la guía de libros recomendados de IBBY México. A juzgar por los reconocimientos recibidos, pareciera ser uno de tus mejores libros. ¿Cuál sería tu respuesta si alguien te hiciera ese comentario? ¿Estarías de acuerdo?
Durante algún tiempo, muchos de mis lectores decían que mi mejor libro era El Club de la Salamandra, ¡el primero! (que en su momento, también fue incluido en la selección White Ravens de la Jugendbibliothek). Y la verdad es que a mí me descorazonaba un poco, porque luego escribí veinte libros más, y según yo, había avanzado muchísimo en mis habilidades narrativas, de psicología de personajes, tenía finales mejor pulidos, pero no, El Club de la Salamandra seguía siendo el libro que mejor se vendía en colegios. Hasta que salió Los fantasmas de Fernando y respiré aliviado cuando empezaron a decir que ahora era mi mejor libro. Finalmente sí había avanzado en veintiún años de carrera.
 
Los fantasmas de Fernando contiene muchos de los temas que llevo trabajando: el dolor del crecimiento, el proceso de maduración, el humor como defensa, la orfandad, los personajes contradictorios. Es como un concentrado de mis obsesiones y, además, tiene una fuerte carga emocional que estalla hacia el final. No sé si en el futuro haga otro “mejor libro”, aunque cada uno que escribo siempre pienso que será el mejor.
¿Cómo nació Los fantasmas de Fernando? ¿Qué te propusiste con esa historia?
Fue una invitación de Socorro Venegas y Angélica Antonio, que entonces trabajaban en el departamento editorial de Fondo de Cultura Econbómica de México, en la sección de LIJ. Me citaron para tomar un café y me dijeron que querían que un libro mío estuviera en la emblemática colección A la orilla del viento. El proyecto era casi libre, solo me propusieron un tema, que podía tratarlo como yo quisiera, incluso de manera incidental, y este tema era el cutting, las autolesiones. Me pareció algo fuerte para tratar en una colección infantil y Socorro me mencionó que sabía, por profesores y promotores de lectura, que esta problemática se presentaba en edades cada vez más tempranas. El primer paso para visibilizar algo, es mencionarlo. En fin, que me lanzaron el reto. Me fui a casa y al revisar mis proyectos me di cuenta de que yo ya estaba desarrollando justo ese libro, desde hacía tiempo. Era una historia de duelo, de pérdidas, y un curioso juego de tiempos. Así que el tema de la autolesión entró de manera natural; de hecho, en el libro es apenas una escena, pero lo que exploro es todo lo que ocurre antes para que un adolescente se haga un día un corte con una navaja. En mi relato tiene que ver con la cadena de violencia dentro de una familia, que conecta además con temas como el duelo y la salud mental. Como quería ser muy cuidadoso, me asesoré con terapeutas, quería dar la información precisa, pero nunca diagnósticos ni mucho menos juicios. Y finalmente, para contrarrestar estos temas tan duros, decidí dotar al libro de un tono ligero y momentos llenos de humor, pero sin obviar las partes dolorosas. Era toda una apuesta, pero parece que funcionó y se complementó muy bien con el gran trabajo de ilustración de Roger Ycaza.
La novela imbrica de forma muy orgánica y consistente los planos real y fantástico, y la sutil frontera que los separa está difuminada con maestría ante los ojos del lector. ¿Cómo lo lograste?
Diría que fue simple inspiración, pero lo cierto es que fue totalmente planeado. Desde el inicio sabía que la historia era muy sencilla pero la estructura de tiempos sería compleja. Hice un mapa de líneas temporales. En la novela hay tres tiempos: el presente del personaje, Fernando; el pasado de Fernando, que son los recuerdos de un viaje en carretera con su padre, y hay un tiempo adicional que es imaginario, no se sabe específicamente dónde está situado. Cada capítulo abre o detona una línea de tiempo. Así que elaboré un plano, con tarjetas sobre un pizarrón, como un rompecabezas, y probé distintos patrones hasta que encontré la forma en que todo embonara, de tal manera que el lector no se da cuenta, o lo hace hasta el final, cuando se percata de cómo está construido el libro.
Los fantasmas de Fernando tiene personajes protagónicos y secundarios muy potentes y conmovedores, tanto de carne y hueso como espectrales. ¿Qué es para ti un buen personaje? ¿A qué apelas para lograrlos?
Como ya lo hemos platicado, me gusta mucho retratar a esos personajes fuertes, a veces extravagantes, que dejan una huella inmediata en el lector, para bien o para mal, pero cada uno de ellos esconde su propia fragilidad, muchas veces devastadora. Creo que esta contradicción hace que un personaje sea entrañable. Además, los personajes de Los fantasmas de Fernando transitan entre el bien y el mal, en distintos momento de su vida son víctimas o victimarios, y eso era parte del concepto del libro.
Si no fueras Jaime Alfonso Sandoval, ¿cómo te gustaría que definieran su literatura?
Que hago libros divertidos, un poco extravagantes, pero entrañables, con un claro sello latinoamericano.
¿Qué libros piensas que fueron clave en tu proceso para llegar a ser el escritor que eres?
El primer libro que compré con mi dinero fue Pinocho, la versión completa de Carlo Collodi. El primer libro que hizo que me desvelara fue La historia interminable, de Michael Ende. Y los libros que descubrí, aprecié y me obsesionaron gracias a un profesor de la escuela fueron Pedro Páramo, de Juan Rulfo, y la Odisea, de Homero. Cualquiera que revise mis libros, verá que en mi obra hay, una y otra vez, homenajes a estas historias.
¿Te han sugerido transitar a la novela para adultos? ¿Lo has considerado?
Como guionista de televisión he escrito historias adultas, series políticas, médicas, bioseries, etc. Y tengo guiones de películas que nunca he podido producir, tal vez adapte alguno en forma de novela. Aunque tengo la sensación de que el mundo de la LIJ es mucho más abierto que el de la literatura adulta. Me parece que entre los escritores para adultos cuando aparece alguien que escribe algo considerado de género o subgénero (fantasía, horror, misterio, etc.), de inmediato es calificado como obra “menor”. Mientras que en el mundo de la LIJ todos los géneros son recibidos y celebrados.
¿Cómo describirías el panorama de la creación literaria contemporánea para niños y jóvenes en México? ¿Con cuáles de tus colegas te sientes más identificado en el ámbito creativo? ¿A quiénes lees con mayor interés y satisfacción?
México está en este momento en una Edad de Oro de producción de LIJ: ilustradores, escritores, editores. Es el trabajo de muchos años y ha ayudado que se ha abierto el mercado editorial, algunos programas de gobierno de apoyo a la lectura (siempre irregulares, pero algunos subsisten), premios literarios, becas, ferias de libro, una red de promotores, bibliotecarios. Todo esto ha servido para que tengamos a muchos creadores produciendo en este momento, cada uno con su propuesta y temática. Sin embargo, creo que todavía falta que la LIJ mexicana se conozca fuera de nuestras fronteras, pero esto sería otro tema (aunque algunos ilustradores lo han conseguido). Y durante estos años he hecho amistad con muchos colegas a quienes aprecio y admiro, como Mónica Brozon, Ana Romero, Martha Riva Palacio, Juan Carlos Quezadas, María García Esperón, María Baranda, Norma Muñoz Ledo, Andrés Acosta, Antonio y Javier Malpica… Son muchos, con decir que en las ferias del libro infantil hasta se hacen campeonatos de fútbol.
Si alguien no ha leído nunca un libro tuyo, ¿por cuál le sugerirías comenzar y por qué?
Por uno desafiante como Mexicoland, una distopía ácida y oscura sobre la violencia imparable y el futuro de México. Si el lector entiende y disfruta mi tono, podrá seguir con el resto de mis libros.
Entrevista puesta en línea en junio de 2020.